03 octubre, 2006

Educar el corazón


Todo aquél que busca -o desea- un sistema ético en el cual el padecimiento y las injusticias no tengan cabida, lo hace por una clara razón: le duelen los demás: cuando ves sufrir a alguien y te duele. Quien no siente nada difícilmente se preocupará por los demás.

Siempre que se ha buscado un sistema solidario, se ha partido de que somos egoistas, y se ha intentado establecer lo que es un contrato social. Esta idea puede que no se use demasiado, pero impregna desde luego, nuestra sociedad actual. Sin embargo, pretender una consensuación entre seres egoistas lleva a que cada uno se preocupe tan sólo por sí mismo, con lo que probablemente, quedarían fuera del contrato todos aquellos que no se hubiesen tenido en cuenta.

John Rawls, con su posición original, coloca a unos seres egoistas en una situación en la cual tendrían que tener en cuenta a todo el mundo. Básicamente, sería una asamblea en la cual se tiene un velo de ignorancia con el que no se sabe que lugar ocupa cada uno en la sociedad. Puesto que al levantar el velo se puede caer en cualquier lugar, los participantes elaborarían la sociedad más justa posible. Está claro que esta situación nunca ha sucedido. Rawls lo sabe, sin embargo, la emplea para determinar lo que es justo.

Creo que este paso es acertado, o al menos, no muy desacertado. Podría discutirse, pero no lo voy a hacer aquí. El caso es que me parece erróneo el camino que toma Rawls. Las personas egoistas nunca tomarán en cuenta a las demás, por lo que se preocuparán de sus propios negocios. En este sentido, de nada vale una definición de justicia a la que nunca se puede llegar.

Por esto, creo que la mejor solución es atacar la raiz del problema: acabar con el egoísmo.
En primer lugar haré una cuádruple diferenciación: egoísmo radical, egoísmo moderado, altruismo moderado, altruismo radical.

El egoísmo radical sería el preocuparse tan sólo por uno mismo. Optimistamente, creo que este egoísmo no se da mucho, más que nada porque todos somos personas y necesitamos de los demás. En esta necesidad es casi irremediable el que se creen vínculos afectivos.

El egoísmo moderado, sin embargo, si creo que está bastante extendido: uno se preocupa por su familia, sus amigos, y por supuesto por uno mismo, eso ante todo.

El altruismo moderado sería aquella postura por la cual uno se preocupa por todo el mundo, pero sin dejar de preocuparse por sí mismo y su allegados.

El altruismo radical sería aquél por el cual todo el mundo estaría por encima de uno mismo. El típico "poner la otra mejilla". Esta postura me parece improductiva y contraproducente, pues así consigue que los egoístas aumenten su poder.

Mi preferencia se situa sobre el altruismo moderado. Uno debe preocuparse de todo el mundo, pero no debe permitir que ni él ni sus congéneres sean humillados.

Para adoptar esta propuesta es ante todo necesario una cosa: sentir a los demás. Tanto sus placeres como sus displaceres, tanto sus alegrías como sus penas. Se puede educar en unas normas altruistas, pero si no se siente nada por los demás, tales reglas acabarán quebrantándose. Por esto, considero que está en manos de todos esta educación. ¿Pero por qué hemos de hacer tal cosa? A un individuo egoísta esta propuesta le parecerá inútil. Cosiderará que sentir al otro es una debilidad desechable.

Dentro de poco expondré porque creo que hay que adoptar tal postura.

Un saludo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Chus, el título de este post - EDUCAR EL CORAZÓN- me recuerda al de una novela rosa de la gran escritora Corín Tellado, la escritora más leída en lengua castellana después de Cervantes. El tercero es Marcial Lafuente Estefanía, otro clásico hispano, éste de las novelillas del Oeste.