19 enero, 2007

El hombre de orejas rojas


Hace unos días decidí ponerme a escribir tal cual, a ver que salía. Tras menos de diez minutos salió este curioso cuento:

Érase una vez un hombre de orejas rojas. Siempre iba por la calle tapándose la nariz, para así distraer la atención de sus coloreados apéndices. Todo el mundo se preguntaba: “¿Qué le pasará en la nariz?” y no se percataban de su llamativo rasgo.

Un día, este hombre, llamado Juan Alberto Mirarrobles, salió al campo para ver mundo. Nunca había salido de su pueblo de siete millones de habitantes (era una suerte que fuese tan poblado, sino todo el mundo se acordaría de él), por lo que un día se animó a realizar dicho periplo. Comenzó, como es normal, por los límites del pueblo –que no tenía nombre porque nadie había caído en ponerle alguno.

En cuanto Alberto puso un pie en la verde hierba, ésta se puso gris (arruinando así el anterior epíteto), y un caracol enfadado le dijo:

– Me alegro de que acabases con esa apestosa víbora gris que se estaba comiendo a mi hermano.

Juan, que sabía mucho sobre víboras le dijo más enfadado todavía a su diminuto interlocutor:

– Las víboras no comen caracoles.

Hermenegildo, que era como se llamaba el molusco, explicó que lo que había dicho era un simple eufemismo, que no debía darle más importancia al asunto y dejarse llevar por el absurdo del momento. Seguidamente, le preguntó el nombre a nuestro protagonista.

Cayó entonces el hombre de las orejas coloradas en una fosa, desarrollándose una trama truculenta que no viene ahora al caso, pues lo que es más, cayó en la cuenta de que su pueblo no tenía nombre.

Tras salir del hoyo, Juan Alberto salió corriendo hacia el municipio para comunicarle a todo el mundo la nueva buena. Galopó desmesuradamente, con los brazos abiertos, y con el descuido, se olvidó su pañuelo de la suerte con el que siempre se tapaba la nariz.

Los ciudadanos de aquella población se sobresaltaron al verlo, pues sus orejas relucían al sol del mediodía. No pararon de señalarlo con el dedo y con los ojos. Y lo dardos de víboras críticas (recordemos que él sabía mucho sobre esto) se clavaron en lo más profundo de su corazón.

Desde aquel entonces, el pueblo fue conocido por el nombre de Mirarrobles.

***

Y aquí acaba el cuento.

Un saludo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Quiero más cuentos

Anónimo dijo...

Muy bien, muy bien, me ha encantado tu cuento :) Espero poder leer más.

Saludos,

Carmen

http://www.carmennomadas.blogspot.com

Anónimo dijo...

:D :D :D Buenísimo tío. Estás hecho un artista.