El primer paso
Frente a sus ojos, se encontraba la ciudad de las mil maravillas. Cualquier deseo podía ser cumplido. Sólo tenía que desearlo. Pero esto no era fácil. Para conseguir un deseo se necesitaba una voluntad, y una identidad de la que aquélla emanase. Pero no tenía ninguna de las dos cosas. Así que ese fue su primer deseo.
Poco a poco, fue descendiendo de la cumbre en la que se encontraba, desde la cual podía contemplar la ciudad en su conjunto. Necesitaba bajar, entrar en la ciudad. Porque aunque su privilegiada situación le permitiese tener una visión que ningún otro podía tener, se encontraba fuera de todo. Su mirada era amplia, pero desconocía los detalles de las cosas. No sabía quien era, ni lo que quería.
El enorme portal se erguía solemne ante él:
– Antes de entrar necesitas ser bautizado – inmóviles, los portones parecían emitir una voz grave.
– Pero no tengo nombre – repuso Juan. Y las puertas se abrieron.
Desde la entrada se podía ver como una especie de pasillo de luz. Con algo de temor, Juan dio el primer paso.
Poco a poco, fue descendiendo de la cumbre en la que se encontraba, desde la cual podía contemplar la ciudad en su conjunto. Necesitaba bajar, entrar en la ciudad. Porque aunque su privilegiada situación le permitiese tener una visión que ningún otro podía tener, se encontraba fuera de todo. Su mirada era amplia, pero desconocía los detalles de las cosas. No sabía quien era, ni lo que quería.
El enorme portal se erguía solemne ante él:
– Antes de entrar necesitas ser bautizado – inmóviles, los portones parecían emitir una voz grave.
– Pero no tengo nombre – repuso Juan. Y las puertas se abrieron.
Desde la entrada se podía ver como una especie de pasillo de luz. Con algo de temor, Juan dio el primer paso.